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Comer Menos Después de los 50: La Clave para la Longevidad, Según Harvard

La búsqueda de una vida más larga y saludable ha llevado a la ciencia a explorar nuevas estrategias para ralentizar el envejecimiento. En este contexto, el doctor David Sinclair, genetista y profesor de la Universidad de Harvard, propone una idea que desafía hábitos alimentarios muy arraigados: reducir la cantidad de comidas diarias después de los 50 años puede ser beneficioso para la longevidad.

Según Sinclair, el organismo humano está diseñado para adaptarse a condiciones de estrés fisiológico moderado, como el ayuno o el ejercicio físico. Estas situaciones activan ciertos genes relacionados con la reparación celular, el metabolismo y la protección frente a enfermedades. Uno de los grupos genéticos más destacados en este proceso es el de las sirtuinas, que se activan en contextos de restricción calórica o ayuno intermitente.

En lugar de realizar cuatro comidas al día, como se suele recomendar, Sinclair sugiere que reducir la frecuencia de ingestas (por ejemplo, eliminando una comida o concentrando la alimentación en una ventana horaria más limitada) puede tener efectos positivos en el envejecimiento celular. Este tipo de prácticas estimulan mecanismos naturales del cuerpo que promueven la regeneración, el control de la inflamación y la mejora de la sensibilidad a la insulina.

El especialista advierte que la comodidad alimentaria constante —es decir, tener siempre acceso a comida y comer sin pausas prolongadas— puede «desactivar» estos sistemas de defensa internos, provocando un desgaste prematuro del cuerpo. En cambio, el ayuno o la restricción calórica actúan como una señal de alerta para el organismo, incentivando procesos de reparación y adaptación que pueden alargar la vida.

Esta postura se alinea con una creciente cantidad de estudios que respaldan los beneficios del ayuno intermitente y la restricción calórica controlada, especialmente en personas mayores. Entre los beneficios observados se incluyen: mejor control del peso, mayor claridad mental, menor riesgo de enfermedades metabólicas y cardiovasculares, y una posible ralentización del deterioro cognitivo.

En resumen, para Sinclair y otros investigadores, no se trata simplemente de qué comemos, sino también de cuándo y con qué frecuencia lo hacemos. Adaptar los hábitos alimenticios a las nuevas etapas de la vida puede ser una herramienta poderosa para conservar la salud y alcanzar una longevidad activa y plena.

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